Nestares Eguizábal, viñedos de altura

Galilea es puerta de entrada al Valle de Ocón, donde la viña ha convivido históricamente con almendros y olivos en los suelos más pobres

Galilea es puerta de entrada al Valle de Ocón, donde la viña ha convivido históricamente con almendros y olivos en los suelos más pobres, mientras que en los más fértiles se asienta todavía el cereal, muy importante para la economía de la comarca: “Sota, caballo y rey”, explica Ramón Eguizábal, viticultor y bodeguero de Nestares Eguizábal, en referencia a la convivencia armónica durante siglos de estos tres cultivos leñosos, aunque llegó un momento en que la viña desapareció porque “no era rentable”. De hecho, fue José Mari, suegro de Ramón y padre de Marisa y María José, la propiedad actual de la bodega, quien volvió a plantar viñedo en Galilea allá por 1983: “Era un viticultor de Fuenmayor, que se casó aquí y conocía a la perfección el tempranillo”. “Los suelos pobres, en casos salitrosos y tremendamente rústicos, así como la frescura del terreno le llevaron a pensar que con uvas de tempranillo se podrían hacer vinos de larga guarda”.

No se equivocó. La principal singularidad de Galilea es la altitud, con lo que la frescura natural hace que ni una sola hectárea de cultivo necesite regadío. La bodega data de 1998, cuando José Mari, padre de Marisa y María José, pensó en elaborar sus vinos harto de que las básculas de las grandes bodegas no diferenciasen las calidades: “Quería vender graneles, pero comenzamos a trabajar con depósitos pequeños, con las parcelaciones de viñedos y nos lanzamos a embotellar con marca propia”, explica Ramón.

Con la incorporación ya de la nueva generación, de Lucía (hija de Ramón y Marisa) a la bodega y el asesoramiento de Alberto Pedrajo, Nestares Eguizábal elabora una parte de las uvas seleccionadas de sus 26 hectáreas de viñedo bajo la marca Segares un tinto joven, un semicrianza, un crianza y un reserva y, en alguna añada especial, gran reserva. Arzobispo Diego de Tejada es otro gran reserva, en este caso de finca (La Zapatera, el primer viñedo plantado en 1983 a 650 metros de altitud), con el que la familia trabaja el concepto de vinos de larguísimo recorrido: “Hicimos Arzobispo en el año 2007 y es la añada que tenemos en el mercado, ya que no lo sacamos hasta que consideramos que cumplía nuestros objetivos de finura”, apunta Ramón. “Volveremos a hacer Arzobispo en el 2017, pero en el resto se ha quedado en blanco porque las uvas no nos permitían hacer el vino que queríamos”. La exigencia y la innovación es una constante en Nestares Eguizábal: “Trabajamos cuatro zonas diferentes, desde 520 a 650 metros de altitud, con clones no productivos y en los últimos años estamos apostando por los blancos, con sauvingon blanc y algo de chardonnay porque creemos que de estos suelos y de esta altitud pueden salir blancos grandiosos”.

El vino resultante, que mezcla las dos variedades blancas con una crianza en madera francesa de grano fino y bajo tostado, lo etiquetan como ‘A Veredas (en referencia a las labores comunitarias de posguerra en que todos los vecinos se implicaban por el bien del municipio) como parte de una colección, que completan con un tinto del mismo nombre sin sulfuroso añadido: “No nos gusta llamarlo vino natural, sino de mínima intervención, para el que, evidentemente, utilizamos las uvas más sanas y el hormigón para su afinamiento antes de pasar a la barrica y luego a la botella”, detalla Ramón. La familia cultiva también sus propios olivos y elabora aceite en el trujal de la localidad. Nestares Eguizábal exporta la mayor parte de su producción y es una visita que recomendamos, como sucede con toda la comarca del Valle de Ocón, muy desconocida incluso para los propios riojanos.